lunes, 5 de abril de 2010

Ella también soñó de niña con ser una princesita, vistiendo largos vestidos impolutos con muchas lentejuelas y unos tacones de cristal que se le perdiesen una noche a las 12:00. Se imaginaba a su príncipe azul con galones, le daba igual de qué color fuese vestido o de qué color tuviese el pelo, simplemente soñaba con que fuese él quien le despertase cuando se durmiese tras comerse la manzana o que matase al lobo justo antes de que intentase comérsela. Sólo quería un príncipe para todos y cada uno de los cuentos que viviese.


Nunca se habría imaginado tan lejos de su país, en el asiento trasero de un coche ni cambiando su nombre por Deborah, ni muchísimo menos que fuese a cobrar por ello, pero la vida es dura y se puede vivir sin dignidad, pero no sin comer. Salió de su nube con una lágrima en los ojos y durante un segundo sintió nostalgia, pero recordó que durante aquella media hora que le había pagado, el cliente debía ser él su príncipe azul.


Solía tener mucho éxito entre los hombres cuando era joven. Más joven, quiero decir. En Rumanía no era fácil ser una mujer. Mucho menos ser una mujer atractiva. Tenía por delante una brillante carrera como modelo, pero no era posible triunfar en un país como ese, para ello debía viajar lejos con el fin de que donde quiera que fuese supiesen apreciarla tal y como era.



Con muchas lágrimas en los ojos, dijo adiós y todas esas cosas que se dicen cuando alguien marcha. Palabras vacías que calman a la conciencia aunque sea sólo por ese instante. Durante el viaje pudo ver a muchas chicas tan o más guapas que ella, probablemente con las mismas aspiraciones. Las nacionalidades eran variopintas. Le sorprendió ver incluso a una chica oscura como el ópalo, con unos ojos que le recordaban al cielo nublado y una mirada tan penetrante que se consideraba incapaz de observarle durante apenas unos segundos. Todas ellas tenían algo en común, y es que todas ellas estaban muy lejos ya de sus seres amados.


Cuando llegaron al país de las oportunidades, el cambio fue radical, pues las amabilidades se tornaron hostiles y las buenas palabras, amenazas. Cambió un sueño que residía en lejanas tierras por dar mucho dinero a cambio de la seguridad de aquellos que se lo habían dado todo.



La primera vez se sintió sucia. También la segunda y la tercera. Ahora que ya había perdido la cuenta intentaba hacer de tripas corazón, para saldar esa maldita deuda de la que le acusaban sin haber tenido ni idea de en qué constistía nunca. En realidad, ella sabía que ese "nuevo mundo" no tenía ninguna culpa, que en esas tierras ocurría a otras personas lo mismo que le estaba ocurriendo a ella, pero empezaba a aborrecerla. Llegó hasta a sentirse tonta por haber caido en una trampa como esa, pero el tiempo lo cura todo y todas y cada una de las veces en las que se había sentido mal por cualquiera que fuese el motivo, se le llegó a olvidar y solía refugiarse en los sueños de cuando era niña. Solía recordar con nostalgia esas veces en las que se había imaginado a su príncipe azul. Llegó hasta a aborrecerle esa figura que habitualmente creaba en su interior, para olvidar ese infierno de cuerpos desnudos con arrugas, o sin ellas, pero con un abrigo interior de grasa, o incluso los había en los que se marcaba su estructura interna, en forma de costillas... los había visto de tantísimos tipos... muchísimos cuerpos distintos con sólo una cosa en común: todos la trataban como lo que la consideraban que era, una puta.

Evidentemente, detrás de todos esos sueños dorados, también quedaban lágrimas al verlos todos rotos tan de golpe, tantísimas expectativas partidas por la mitad por un golpe de mala suerte. Esta era otra de las veces en las que rompía a llorar, fruto del azar o la mala suerte y es que el diablo a veces, sólo a veces se pone de nuestra parte. No era su caso, pensaba frecuentemente.

La verdad es que nunca había tenido mucha suerte con los hombres y esto que le había tocado era la prueba definitiva. Sus andares siempre le habían parecido transcurrir en terreno pantanoso, como si toda su vida sentimental hubiese sucedido en unas arenas movedizas, un lugar donde cada paso que se pudiese dar, en realidad resultase en falso. No acostumbraba a recordar a sus antiguas relaciones, pero sí solía ser consciente de cuán poco afortunada había podido llegar a ser, y es que ella misma era consciente de que las comparaciones son odiosas, pero le divertía llegar al punto de convergencia entre su antigua vida y la actual, y era que por mucho que llegase a luchar, siempre la verían de la misma manera: unas bonitas curvas, un pelo de color negro azabache y unos ojos verdes como el laurel.

TO BE CONTINUED...