miércoles, 4 de agosto de 2010

Fibonacci

Todo aquello empezó con un leve repiqueteo y con eso fue más que suficiente. En breve se elevaron las notas mayores, inundando con dulzura todo cuanto contenían aquellos muros de piedra gris. Todo el mundo se sumergió en el mar de música, a la vez que contemplaba con curiosa el rostro de aquel joven muchacho. Su cabello descuidado concordaba perfectamente con el resto de su delgado cuerpo. Su mirada, al contrario, infundía dulzura. El violín rozó levemente con su barba de una semana cuando lo apoyó de nuevo en su cuello. Su función probablemente dejase a muchos sin aliento y a más de uno le impulsó a recordar la belleza del momento y de hacerles creer a todos de nuevo en el Carpe diem. [To be Continued]

martes, 27 de julio de 2010

Insomnio

No era la primera vez que mantenía una conversación como esa y ciertamente no sería la última. Ello le impedía relajarse y por consiguiente no podía dormir. Cada centímetro de su cuerpo se le pegaba a las sábanas y no podía dejar de revolverse. Muchas personas se han preguntado alguna vez acerca de la introspección, pero aquéllo que a él le ocurría era mucho más que eso, era... simplemente era mucho más. Era temprano y los pájaros empezaban a cantar. Una vez más su insomnio venció y los primeros rayos de sol pitaban el final del encuentro.

jueves, 15 de julio de 2010

Luciérnagas

Desde hace ya mucho tiempo, echo de menos pequeños detalles como las luciérnagas que cazaba alguna vez mi padre, me mostraba y yo observaba con devoción. Por supuesto, mi padre ya no es mi padre para mí, es decir, yo ahora le llamo "viejo". Es posible que ya no las mirase con la misma devoción, ya que no son los mismos ojos los que miran hoy. He pasado buenos y malos momentos y es probable que ya no pudiese disfrutar de esas pequeñas cosas que me hacían disfrutar antaño, en cambio ahora, soy capaz de apreciar pequeños detalles, como por ejemplo... una cerveza y sus millones de burbujas que surcan los mares de mis papilas gustativas y desciende dentro de mí, refrescándome como el glaciar al que anhelaba ir cuando era niño. Me arrepiento de todos y cada uno de los momentos en los que he echado la mirada hacia el pasado y he pensado que cualquiera de esos momentos fue mejor, y es que sin todos ellos no podría revivirlos en algún momento y ser igual de feliz, o quizás más, puesto que son muchos los recuerdos que conservo todavía capaces de arrancarma una sonrisa o como mínimo una mueca. Recuerdo cuando una vez le quité el monedero a mi madre, en una épica lucha por evitar que ella levantase la mirada mientras yo cogía el preciado tesoro de su escondite, una gran bolsa de piel con un asa. Una vez con el botín lo arrojé al más profundo de los abismos, o por lo menos al más profundo que yo conocía, debajo de mi cama. No apareció hasta varios años después y todavía hoy, mi "vieja" me lo recuerda. Lo que ella todavía hoy no sabe es que yo se lo quité porque me había gritado.

Me alegro de seguir conservando todavía mi pequeña caja de recuerdos y secretos, de la que siempre seré el guardián. ¡Ah, por cierto! Esta noche, al regresar a casa vi una luciérnaga, que viajaba por el universo de mi jardín y lo celebré bebiendo el néctar que en estas tardes de verano me hace fiajar a los Fiordos Noruegos.

lunes, 5 de abril de 2010

Ella también soñó de niña con ser una princesita, vistiendo largos vestidos impolutos con muchas lentejuelas y unos tacones de cristal que se le perdiesen una noche a las 12:00. Se imaginaba a su príncipe azul con galones, le daba igual de qué color fuese vestido o de qué color tuviese el pelo, simplemente soñaba con que fuese él quien le despertase cuando se durmiese tras comerse la manzana o que matase al lobo justo antes de que intentase comérsela. Sólo quería un príncipe para todos y cada uno de los cuentos que viviese.


Nunca se habría imaginado tan lejos de su país, en el asiento trasero de un coche ni cambiando su nombre por Deborah, ni muchísimo menos que fuese a cobrar por ello, pero la vida es dura y se puede vivir sin dignidad, pero no sin comer. Salió de su nube con una lágrima en los ojos y durante un segundo sintió nostalgia, pero recordó que durante aquella media hora que le había pagado, el cliente debía ser él su príncipe azul.


Solía tener mucho éxito entre los hombres cuando era joven. Más joven, quiero decir. En Rumanía no era fácil ser una mujer. Mucho menos ser una mujer atractiva. Tenía por delante una brillante carrera como modelo, pero no era posible triunfar en un país como ese, para ello debía viajar lejos con el fin de que donde quiera que fuese supiesen apreciarla tal y como era.



Con muchas lágrimas en los ojos, dijo adiós y todas esas cosas que se dicen cuando alguien marcha. Palabras vacías que calman a la conciencia aunque sea sólo por ese instante. Durante el viaje pudo ver a muchas chicas tan o más guapas que ella, probablemente con las mismas aspiraciones. Las nacionalidades eran variopintas. Le sorprendió ver incluso a una chica oscura como el ópalo, con unos ojos que le recordaban al cielo nublado y una mirada tan penetrante que se consideraba incapaz de observarle durante apenas unos segundos. Todas ellas tenían algo en común, y es que todas ellas estaban muy lejos ya de sus seres amados.


Cuando llegaron al país de las oportunidades, el cambio fue radical, pues las amabilidades se tornaron hostiles y las buenas palabras, amenazas. Cambió un sueño que residía en lejanas tierras por dar mucho dinero a cambio de la seguridad de aquellos que se lo habían dado todo.



La primera vez se sintió sucia. También la segunda y la tercera. Ahora que ya había perdido la cuenta intentaba hacer de tripas corazón, para saldar esa maldita deuda de la que le acusaban sin haber tenido ni idea de en qué constistía nunca. En realidad, ella sabía que ese "nuevo mundo" no tenía ninguna culpa, que en esas tierras ocurría a otras personas lo mismo que le estaba ocurriendo a ella, pero empezaba a aborrecerla. Llegó hasta a sentirse tonta por haber caido en una trampa como esa, pero el tiempo lo cura todo y todas y cada una de las veces en las que se había sentido mal por cualquiera que fuese el motivo, se le llegó a olvidar y solía refugiarse en los sueños de cuando era niña. Solía recordar con nostalgia esas veces en las que se había imaginado a su príncipe azul. Llegó hasta a aborrecerle esa figura que habitualmente creaba en su interior, para olvidar ese infierno de cuerpos desnudos con arrugas, o sin ellas, pero con un abrigo interior de grasa, o incluso los había en los que se marcaba su estructura interna, en forma de costillas... los había visto de tantísimos tipos... muchísimos cuerpos distintos con sólo una cosa en común: todos la trataban como lo que la consideraban que era, una puta.

Evidentemente, detrás de todos esos sueños dorados, también quedaban lágrimas al verlos todos rotos tan de golpe, tantísimas expectativas partidas por la mitad por un golpe de mala suerte. Esta era otra de las veces en las que rompía a llorar, fruto del azar o la mala suerte y es que el diablo a veces, sólo a veces se pone de nuestra parte. No era su caso, pensaba frecuentemente.

La verdad es que nunca había tenido mucha suerte con los hombres y esto que le había tocado era la prueba definitiva. Sus andares siempre le habían parecido transcurrir en terreno pantanoso, como si toda su vida sentimental hubiese sucedido en unas arenas movedizas, un lugar donde cada paso que se pudiese dar, en realidad resultase en falso. No acostumbraba a recordar a sus antiguas relaciones, pero sí solía ser consciente de cuán poco afortunada había podido llegar a ser, y es que ella misma era consciente de que las comparaciones son odiosas, pero le divertía llegar al punto de convergencia entre su antigua vida y la actual, y era que por mucho que llegase a luchar, siempre la verían de la misma manera: unas bonitas curvas, un pelo de color negro azabache y unos ojos verdes como el laurel.

TO BE CONTINUED...

viernes, 5 de febrero de 2010

Camas por cartones

Era muy pronto y apenas había empezado a amanecer. El sol a lo lejos, comenzaba a mostrarse tímidamente, sonrojado por la pronta visita. Estaba cubierto por algunas nubes que le servían de cortina para resguardarse de las miradas furtivas de algunos amantes que todavía conservaban un ápice de romanticismo, o de aquellos que habían visto pasar la noche ante sus ojos, contándola por tragos. Las hojas de las plantas estaban cubiertas por gotas de rocío y el silencio no era roto salvo por el canto de algunos pájaros. Nunca se sintió avergonzado, por pertenecer a ese grupo de personas que ve el amanecer porque se le ha quedado corta la noche y porque se le ha vaciado el cartón de vino. No es que no hubiese estado nunca enamorado, de hecho recuerda haber sido feliz en algunos momentos. Se encendió el medio cigarrillo que se había guardado hacía algunas horas y dio una calada muy profunda que retumbó hasta lo más profundo de sus pulmones, haciéndole echarse a toser. Él mismo y sus recuerdos eran todo lo que le quedaba, eso eran las cenizas de una vida anterior, llena de lujos y un sabor dulzón al que se le suele llamar felicidad, sabor que terminó volviéndose amargo. Tenía más cosas, pero él no consideraba una pertenencia a un carro de la compra lleno de objetos que había ido encontrando a lo largo de su ruta de inspección por los contenedores. Dio el último trago al cartón, que se había dado cuenta de que no estaba del todo vacío y después dio la última calada a su medio cigarro, que había dejado consumirse solo. Por encima de todo, añoraba a su tierra, donde hacía más calor y era menos probable quedarse helado en una mala noche de invierno. Recordaba Colombia como un suave y amargo olor a café, cómo corrían los niños jugando a la pelota con una bola de harapos en Barranquilla. Llegó acá pensando en que encontraría un mundo mejor, alejado de la pobreza. Lo único que había cambiado desde entonces, era su vieja cama por una pila de cartones. Sonrió, luego empezó su ruta matutina.

miércoles, 20 de enero de 2010

Lights and shadows

Nostálgico daba la última calada a su cigarro, deteniéndose por un momento a escuchar el suave crujido del papel al quemarse. Después lo apagó, y con él se apagó la esperanza que había depositado en esa nueva medida de tiempo del siglo XXI. Se detuvo para recordar todos aquellos momentos vividos con ella y desde su lagrimal, se precipitó algo a través de su mejilla, perdiéndose en la nada de su rostro. Eso era "algo", porque los hombres no lloran, o por lo menos no para él, frase que se había repetido diariamente durante las últimas noches de muchas semanas atrás. Intintivamente volvió una vez más la mirada hacia el portal, encontrando lo mismo que las últimas siete veces. Suspiró y giró lentamente la llave puesta en el contacto y arrancó. Las farolas alumbraban todo el entramado urbano y las luces y pitidos de los coches hacían que se mantuviese despierto, pero pese a todo aquello, para él no dejaba de estar todo muy oscuro. Un mendigo que pedía limosna en un semáforo le pidió dinero para algo de sus hijos, no lo entendió muy bien, pero sacó la cartera y sacó todo lo que tenía dentro y se lo dio. El mendigo ni se inmutó, y se limitó a decir gracias, pues esa cantidad de dinero no simbolizaba más que otra noche en la que encontraría su felicidad más preciada en una bolsita de plástico, papel de plata y un mechero.

El trayecto se le hizo más que corto, corto porque una hora de camino era poco comparado con toda una noche sin dormir, dándole vueltas a algo que sólo conseguía intrincarse una y otra vez cuanto más lo pensaba. Se echó en la cama, con la mirada perdida, aunque fija en algún lugar, pero no de este planeta desde luego. No paraban de derramarse "algos" por sus mejillas, aunque no explotaba, se limitaba a mantener los ojos abiertos y a lamentarse en silencio. Llegó a mojarse el almohada. Le dio la vuelta, se levantó y se miró al espejo: "empiezo a pensar que los hombres también lloran", pensó, y se encendió otro cigarro, pensando como tantísimas veces que ese era el último.