lunes, 19 de octubre de 2009

Nihilim admirari

Todavía le encuentro algun tipo de atractivo a eso de decir una parte de mentira y otra de verdad en todas las palabras que trato de juntar con algo de sentido y escupo. En cierto modo me reconforta, me hace sentir que aún tengo una buena mano en este estúpido juego al que jugamos cada día. Incluso en esas estúpidas preguntas que sólo caben a un sí o un no, esos monosílabos son los que más me gusta cubrir. Todavía recuerdo la última vez, hace escasas horas, en un barrio por el que seguro que nuestro todavía queridísimo presidente no se atrevería a cruzar sin por lo menos el doble de sus "pitbulls" que le suelen acompañar a diario. Tiene que ser duro vivir en un entorno en el que te obligan a sonreír aunque por dentro sientas que estás traicionando a lo que siempre creíste, todos esos valores que te inculcaron alguna vez de pequeño, cuando todavía pensabas que decir la verdad, no robar o incluso ser escrupuloso te llevaba a todos los lados. Cuantísimas tiernas edades arrebatadas por nada más que algo así como el ansia de sólamente un poquito más de poder... y bueno, siguiendo por ese barrio tan marginal, déjame que te cuente, yo no suelo bajarme a por lo que nosotros solemos llamar como el "tema", detesto pisar este tipo de suelos, qué se le va a hacer, yo tengo el paladar selecto. Prefiero ser el que pone el pellizco grande y se queda esperando en el coche, esperando a ser en unos instantes el hombre más valiente y el más sabio gracias a esa energía... sí sí, esa energía que se respira... no no, hombre, no me refiero a oxígeno, eso lo tenemos todos. Me refiero a algo mucho más caro, algo que únicamente podría tener alguien con dinero. En fin, sentirme tan importante que ni siquiera mi compañero de drogas pudiese comprender. Y debo decir que soy totalmente contrario a estas cosas, pero como mi padre decía, o mejor, como mi padre podría haber dicho, es posible que algunas veces en la vida cada uno deba romper totalmente con su pasado, ni por ética ni por moral, sino por la mísera curiosidad o lo que cojones quiera que sea. "No, yo no quiero, este es mi regalo, todo para tí". Todavía recuerdo esa especie de sensación, deslizándose por mi garganta y por todo mi cuerpo, todavía me recuerdo hace algun minutos recordándola, pero por alguna razón sólo recordándola.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Ad nauseam

Salí por el umbral de la puerta. La calle estaba relativamente oscura, aunque no porque fuese de noche, en realidad era por la mañana. Miré al cielo y me asombré al ver todos aquellos enormes edificios que entre todos, contribuían a hacer un poquito más dificultosa la tarea de hacernos llegar luz y calor, del más grande y brillante de todos los astros. Casi pude senti como si éste me guiñase un ojo desde lo más alto de su cúpula celeste, aunque me avergoncé al no poder devolverle la mirada, pues me habría quemado los ojos. Las farolas apagadas no dejaban de resultarme curiosas, alineadas de aquella manera, como si fuesen soldados rasos esperando las órdenes de un superior, postradas frente al gran imperio asfaltado, lleno de caballos, o más bien de cajas metálicas que devoran petróleo(aunque eso sí, con un exquisito gusto ya que éste es refinado) y están llenas de caballos. Definitivamente no comprendo el arte contemporáneo, no soy capaz de discernir la función de una gran mano hecha de cables de cobre que sujeta un cristal roto, aunque esté plantada justo en el medio del único lugar que conserva algo de verde. "Sólo somos peces de ciudad", me dije, a la vez que me sentía minúsculo, tan diminuto que no pude hacer otra cosa que seguir caminando, tratando de no parar, tratando de no parar ninguno de todos estos engranajes que hacen que todos nos movamos, tratando de no ser ningún estorbo para nuestra sociedad.