miércoles, 7 de octubre de 2009

Ad nauseam

Salí por el umbral de la puerta. La calle estaba relativamente oscura, aunque no porque fuese de noche, en realidad era por la mañana. Miré al cielo y me asombré al ver todos aquellos enormes edificios que entre todos, contribuían a hacer un poquito más dificultosa la tarea de hacernos llegar luz y calor, del más grande y brillante de todos los astros. Casi pude senti como si éste me guiñase un ojo desde lo más alto de su cúpula celeste, aunque me avergoncé al no poder devolverle la mirada, pues me habría quemado los ojos. Las farolas apagadas no dejaban de resultarme curiosas, alineadas de aquella manera, como si fuesen soldados rasos esperando las órdenes de un superior, postradas frente al gran imperio asfaltado, lleno de caballos, o más bien de cajas metálicas que devoran petróleo(aunque eso sí, con un exquisito gusto ya que éste es refinado) y están llenas de caballos. Definitivamente no comprendo el arte contemporáneo, no soy capaz de discernir la función de una gran mano hecha de cables de cobre que sujeta un cristal roto, aunque esté plantada justo en el medio del único lugar que conserva algo de verde. "Sólo somos peces de ciudad", me dije, a la vez que me sentía minúsculo, tan diminuto que no pude hacer otra cosa que seguir caminando, tratando de no parar, tratando de no parar ninguno de todos estos engranajes que hacen que todos nos movamos, tratando de no ser ningún estorbo para nuestra sociedad.

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