lunes, 14 de septiembre de 2009

Lies, lies, surprise

Miré fijamente a su párpado cerrado, y la espera se me hizo tan larga que podría haber contado todas y cada una de sus larguísimas y negras pestañas. Me recompensó al abrirlo, con un iris inconfundible, un color tan vivo como el de la más hermosa de todas las esmeraldas y a la vez toda la enigmacidad de los ojos de un felino. Recorrí todo su cuerpo con mi mirada, dejando sólo tras de mí un pequeño rastro de pasión, hasta encontrarme con su brazo. No podía dejar de mirarlo y es que esa piel parecía hecha de porcelana. Tal era el asombro que no era capaz de hacer otra cosa que deleitarme y soñar con ser capaz de besar aquel manto que embellecía por igual todo su cuerpo. Pude sentir casi como si la música que sonaba se fundía conmigo, haciéndome levitar e imaginar casi lo más cerca que pudiese estar de que mis labios pudiesen siquiera rozarla. Lentamente acerqué mis labios y lo primero que pude sentir fue su dulce tacto, para dejar paso a una agridulce necesidad de más y de éxtasis. Era incapaz de articular palabra y hubiese sido extremadamente complicado describir tal sinestesia experimentada por mi cuerpo, tal mezcla de sentimientos y sensaciones. Sólo pude expresarlo con un beso. Besé una y otra vez ese brazo, unas veces lenta y otras rápidamente, pero los besos llegaron a saberme a poco y no porque fuesen poco valiosos, pero necesitaba más, como dije antes. Mordí con cautela el dulce manjar de su piel y sentí como se estremecia sin dejar de mirarme. De vez en cuando me recompensaba de nuevo con una de sus sonrisas, pero en ese preciso instante no podía dejarme llevar por su rostro angelical y seguí, no sin dejar de mirarla, haciendo como que la devoraba. Nunca antes había deseado lo imposible y posiblemente nunca vuelva a hacerlo, pero quise con todas mis fuerzas poder detener el tiempo en aquel preciso instante, congelarlo todo y hacer que unos segundos durasen para siempre.

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