jueves, 15 de julio de 2010

Luciérnagas

Desde hace ya mucho tiempo, echo de menos pequeños detalles como las luciérnagas que cazaba alguna vez mi padre, me mostraba y yo observaba con devoción. Por supuesto, mi padre ya no es mi padre para mí, es decir, yo ahora le llamo "viejo". Es posible que ya no las mirase con la misma devoción, ya que no son los mismos ojos los que miran hoy. He pasado buenos y malos momentos y es probable que ya no pudiese disfrutar de esas pequeñas cosas que me hacían disfrutar antaño, en cambio ahora, soy capaz de apreciar pequeños detalles, como por ejemplo... una cerveza y sus millones de burbujas que surcan los mares de mis papilas gustativas y desciende dentro de mí, refrescándome como el glaciar al que anhelaba ir cuando era niño. Me arrepiento de todos y cada uno de los momentos en los que he echado la mirada hacia el pasado y he pensado que cualquiera de esos momentos fue mejor, y es que sin todos ellos no podría revivirlos en algún momento y ser igual de feliz, o quizás más, puesto que son muchos los recuerdos que conservo todavía capaces de arrancarma una sonrisa o como mínimo una mueca. Recuerdo cuando una vez le quité el monedero a mi madre, en una épica lucha por evitar que ella levantase la mirada mientras yo cogía el preciado tesoro de su escondite, una gran bolsa de piel con un asa. Una vez con el botín lo arrojé al más profundo de los abismos, o por lo menos al más profundo que yo conocía, debajo de mi cama. No apareció hasta varios años después y todavía hoy, mi "vieja" me lo recuerda. Lo que ella todavía hoy no sabe es que yo se lo quité porque me había gritado.

Me alegro de seguir conservando todavía mi pequeña caja de recuerdos y secretos, de la que siempre seré el guardián. ¡Ah, por cierto! Esta noche, al regresar a casa vi una luciérnaga, que viajaba por el universo de mi jardín y lo celebré bebiendo el néctar que en estas tardes de verano me hace fiajar a los Fiordos Noruegos.

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