martes, 8 de septiembre de 2009

Cuento de hadas

La noche estaba más oscura que de costumbre, la luna y las estrellas se estremecían sólo con pensar en dejarse ver. El cielo lloraba. No encontraba sentido alguno en buscar cobijo, y es que ni todas las lágrimas de las nubes podrían hacer que él se helase más. Con desprecio miró al cielo y sin ningún tipo de reparo, agarró el lienzo que llevaba cargando durante varias horas y lo colocó sobre una piedra, respaldado por otra. Tenía ganas de pintar. Preparó como siempre sus mezclas de colores, aunque algo más aguados que de costumbre y es que aquellas pequeñas gotas arremetían con fuerza con todo lo que se colocaba a su paso. Al dar la primera pincelada sintió como si algo se apagase dentro de él y empezó a sentir aquellas gotas algo más frías. Con un esfuerzo sobrehumano, poco a poco siguió con las pinceladas y helándose cada vez más. Con la última pincelada, quedó plasmado el cuerpo y rostro de una mujer, separados el uno del otro, aunque fue una pintura de lo más poco uniforme y es que la lluvia hacía imposible que todo aquello cobrase algo de sentido para cualquiera, salvo él. Estuvo dándole vueltas y observando su dibujo y algo le oprimía dentro del pecho, había algo que no le permitía librarse de toda aquella amargura que le castigaba y es que sentía como si no hubiese plasmado en la imagen todo el dolor que había podido llegar a sentir. "Me falta el rojo...", musitó. Pero aunque mezclase colores, no lograría formar el rojo que él deseaba y tras una breve reflexión, frunció el ceño. Las gotas de lluvia resbalaban con soltura por todo su cuerpo, como si no quisieran permanecer ni un segundo más frente a tantísimo dolor. Al cerrar los párpados, fue como si se hubiesen apagado dos estrellas, pues no se podía discernir ni un ápice de luz de la luna reflejado en sus ojos de color azul cristalino. Apretó sus labios con fuerza y sacó el cuchillo que guardaba en el cinturón, todavía lleno de sangre, casi caliente. Besó el cuchillo en nombre de quien se lo dio todo y luego se lo quitó y apretó con fuerza la cortante hoja contra su muñeca izquierda, luego hizo lo mismo con la derecha. Le llevó varios minutos, pero por fin sentía brotar los borbotones de su dulce vida, marchándose segundo a segundo, ofreciéndole aquel color que tanto anhelaba. Se apresuró a bañar el pincel en sus heridas y finalmente añadió el tono rojizo que rodeaba el cuerpo de la mujer. Ya sólo le quedaba sentarse a esperar. Nunca pensó que pudiese quedarse dormido en una situación como aquella, abrazando el cuadro de su amada, con el cielo prestándole las lágrimas que ya no tenía, nunca pensó que no volvería a despertar.

2 comentarios:

  1. Las descripciones que haces son muy buenas, consigues crear una imagen vívida y, sin embargo, también de ensueño.
    Está muy bien

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  2. Y es que la vida es ensueño, y los ensueños, ensueños son :) xD

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