lunes, 3 de agosto de 2009

Juegos y lágrimas

Era una noche oscura, pues las grises nubes tapaban a sus fieles compañeras que le habían acompañado durante todas las pasadas noches, las estrellas. La luna se escondía tímidamente, sacando de tanto en tanto su brillante rostro para echar un ojo al joven viajero. Cabe decir que no era joven, ya que tenía el rostro algo demacrado y con algunas arrugas. Algunos de sus cabellos ya se habían tornado grises, lo cual tampoco le era muy favorable a la hora de pensar que podía ser joven, pero había algo que hacía indiscutible el llamarle así, y es que él todavía se sentía como si tuviese 14 años. Solía culpabilizarse de vez en cuando por considerarse un Peter Pan del siglo XXI, pero qué importaba, ¡al diablo con la sociedad! De veras regresaba a su niñez cuando llovía porque salía de cubierto para jugar en el barro, lo que más le devolvía a la vida era ponerse perdido de fango. Cuando había terminado de jugar con la tierra más que húmeda o en su defecto dejaba de llover, solía mirarse al espejo y medía su nivel de felicidad por cuanto barro llevaba encima. Él creía recordar que alguna vez le había llegado hasta la barba, ¡qué día aquél! Pero no nos desviemos del tema central, amigos, los recuerdos no dejan de ser recuerdos, a pesar de que algunas personas sean capaces de vivir eternamente de ellos. Las nubes, llenas de tristeza por haber ocultado a las estrellas, se estremecieron y gritaron, gritaron un fuerte rayo que cayó muy lejos, pero que hizo vibrar todo el suelo. El joven, ni se inmutó ante tal desgarbeo, aunque aquello le trajese recuerdos, recuerdos de días lluviosos. Las nubes siguieron entristeciendo y tal fue su sentimiento de desdicha que rompieron a llorar. Pronto le vino el olor a tierra húmeda y poco a poco fue haciéndose consciente de los besos de la lluvia sobre su rostro, aunque aquella vez no se puso a jugar, pues cerró los ojos y no sin antes volver a echar un último vistazo a la realidad, pudo verse tendido en el suelo, con unos hombres vestidos de colores muy chillones que habían salido de las ambulancias y le daban golpes muy fuertes en el pecho. Miró a su otro lado, y un hombre intentaba contener a los curiosos que querían al parecer, ser partícipes de aquello. Unos lloraban, otros se escandalizaban y unos pocos miraban de unas maneras muy extrañas. Dio por concluído su juego y miró por última vez a las nubes, que dejaron de llorar, luego cerró los ojos y vio pasar muchos momentos de su vida muy deprisa por delante de sus ojos, luego todo negro, después nada.

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