jueves, 6 de agosto de 2009

Pulso a la locura

Tenía mucho sueño, pues acostumbraba a acostarse muy tarde. A pesar de ello, le despertó la música del piano que se colaba por su puerta medio cerrada. Estaba oscuro y no podía distinguirse casi ni un solo ápice de luz, salvo un pequeño rayo que se colaba por un pequeño agujero de una de las cortinas, probablemente alguna inocente polilla se habría dado un festín. Le estresaba tener que madrugar, y más que le despertasen, aunque aquello le provocaba cuanto menos curiosidad, porque él vivía solo, o al menos desde que su amada sucumbió ante la tisis. Se desplazó lentamente por el lúgubre y angosto pasillo y se detuvo por un instante, justo antes de entrar, para poder escuchar detenidamente las notas de la melodía, "si se trata de un ladrón, al menos tiene buen gusto para la música". Le palpitaba el corazón y el hecho de llevar un pijama a rayas de color azul claro y azul oscuro le provocaban una irremediable sensación de vergüenza. Al tocar el pomo de la puerta, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, pues éste estaba helado. Se acarició el bigote y se colocó nerviosamente las gafas, luego giró el pomo y abrió rápidamente la puerta. La música cesó. Al entrar no pudo evitar hacer crugir las maderas del suelo, y lo más sorprendente, no había nadie allí. La chimenea estaba apagada, tal y como la dejó la noche anterior. Las enormes estanterías seguían repletas de libros y la mesa seguía igual de repleta de basura que hacía algunas horas. ¿Qué había pasado? ¿Acaso se trataba de otra pesadilla? ¿Y de una broma de mal gusto? "Habrá sido mi imaginación", se dijo. Se dio media vuelta y agarró el pomo helado de la puerta, disponiéndose a salir, cuando de pronto escuchó tocar una tecla del piano. Raudo, se giró e inspeccionó toda la habitación. No encontró a nadie. Desquiciado, aunque refugiándose de nuevo en su imaginación, se decidió a abrir de nuevo la puerta, tocando un pomo cada vez más helado, cuando súbitamente volvió a sonar el piano y esta vez, sin girarse, abrió la puerta, justo después de echarle su último pulso a la locura y cuando dio el primer paso, sonó el piano como si hubiese recibido el más fuerte de los golpes. Con su corazón en un puño, se dirigió hacia el retrato de su amada que había colgado en lo alto de la chimenea. "¡¿Sois vos, amada mía?!" Recordó entonces, que en su lecho de muerte, ella le pidió que jamás la olvidara y que siempre estaría con él. "¿Acaso creéis que os he olvidado?", dijo con la mirada fija en el enorme cuadro, "¿Acaso creéis que deseo algo más que dejar esta vida para volver con vos?", dijo, aunque esta vez una lágrima se deslizaba lentamente, naciendo de su ojo izquierdo y deslizándose hasta su mejilla, para luego perderse. Repitió lo mismo una y otra vez, aunque golpeando con fuerza la pared que sostenía el cuadro. Como si de por arte de magia se tratara, el cuadro cayó de la chimenea, hasta aterrizar con su esquina en la cabeza de él, haciéndole caer también y golpeándose fuertemente la cabeza contra la chimenea. Lo último que escuchó, fue una sonrisa, seguida por el sonido de una tecla del piano. Luego se volvió todo negro y reposó para siempre, tendido en el suelo y apoyado en un colchón de su mismísima sangre.

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